Intenté saber cómo era habitar una casa vacía. Lo intenté de todas las formas y por todos los medios. El primer paso era encontrar un lugar completamente abandonado, no solo por los hombres. Quería un lugar vacío, despojado de vida, donde no hubiera ni una mosca, ni una hormiga, ni un rastro de musgo, ni un pedacito de suelo donde aún creciera la hierba... Por fin lo encontré, tras mucho buscar. Pero el experimento fracasó. El problema fue que, en cuanto entré, la casa deshabitada dejo de estar vacía. Era inevitable.
No existe la arquitectura sin el hombre, sin el niño, sin la mujer, sin el pájaro apoyado en el alfeizar de la ventana, sin gato en el sillón, ni perro moviendo el rabo frente a la puerta... Incluso la cucaracha escondida en el baño le da sentido al espacio. Sin todo eso que llamamos vida, solo sería un escenario inerte. Una calle deseando ser recorrida, un pasillo silencioso, vidrio reflejando el vacío. Escenarios sin actores, en espera del comienzo de la función, lugares abandonados y sin suerte.
La arquitectura es solo ese marco desde el que observar todo un mundo de escenas en movimiento...